Antony Beevor: “El problema con Trump es que ni siquiera él sabe lo que hará, le encanta el caos porque siente que le da poder”

23/06/2025
Antony Beevor: “El problema con Trump es que ni siquiera él sabe lo que hará, le encanta el caos porque siente que le da poder”

Una charla a fondo con el historiador militar y escritor británico sobre las guerras y conflictos de la actualidad en perspectiva histórica. "El mundo es hoy un lugar mucho más peligroso económica, social y políticamente", sostiene.

Antony Beevor: "El problema con Trump es que ni siquiera él sabe lo que hará, le encanta el caos porque siente que le da poder""Estoy desesperadamente preocupado por nuestros hijos, la próxima generación y lo que tendrán que enfrentar", confiesa Beevor, en esta charla con Clarín.

Raquel Garzón

RAQUEL
GARZÓN

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21/06/2025 19:19

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  • "Estoy desesperadamente preocupado por nuestros hijos, la próxima generación y lo que tendrán que enfrentar", confiesa Beevor, en esta charla con Clarín.

     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

 

 

 

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—Usted se ha especializado en la historia de las guerras del siglo XX. ¿Qué le sorprende de las que ha visto en el XXI?

—La guerra está cambiando y muy rápido. Participo en debates con generales del ejército británico sobre este tema. Ya no veremos invasiones; habrá guerras urbanas. No será una guerra de maniobras en grandes áreas abiertas sino una lucha muy áspera en ciudades porque ellas representan los centros de poder y población. Es un gran cambio, pero no el único. En el pasado, una era se fusionaba o pasaba a otra era y era muy raro ver un cambio tipo guillotina, algo tajante. Miremos la votación de la ONU del 22 de febrero de este año cuando la administración Trump votó a favor de Rusia y Corea del Norte contra Occidente y la declaración que condenaba la guerra en Ucrania. Eso es un parteaguas: ver a una gran potencia cambiando de bando en medio de una guerra no tiene precedentes. Aunque lo que no hemos logrado entender se remonta un poco más atrás.

—¿A qué se refiere?

—Hay que reconocer los errores que cometimos en el siglo XX. Antes de la Primera Guerra Mundial, Norman Angell escribió “La gran ilusión”, un famoso mega best seller publicado en toda Europa, argumentando que en el futuro la guerra sería imposible en el continente porque el vínculo entre los países en términos de comercio y comunicación era tan intenso que nadie podría permitírsela. Eso no funcionó, ¿verdad? E incluso vimos a Gerhard Schröder y Angela Merkel en Alemania cometiendo el mismo error con Putin, un siglo después, al abrazar a Rusia comercialmente y en términos de comunicaciones, creyendo que la guerra sería imposible.

—¿Cómo explica ese error?

—Es el error demencial de no entender la mentalidad de los dictadores. Los británicos y los franceses lo cometieron en la década de 1930: no podían imaginar que alguien fuera tan estúpido como para querer otra guerra tras la Primera Guerra Mundial. Así que nadie creyó que Hitler iba a ser un peligro. Es el sesgo de confirmación democrático: vemos las cosas a través de nuestra propia mentalidad y fracasamos al evaluar cómo los dictadores son propensos a comportarse de manera muy diferente.

Ahora en el siglo XXI, deberíamos decir que estuvimos ciegos también de otra manera, al no reconocer que, si bien la Primera Guerra Mundial fue la catástrofe original del siglo XX, también la Guerra Civil Rusa contribuyó a ese círculo vicioso de miedo, debido a sus horrores, su destrucción, su crueldad. Allí surgió la división entre izquierda y derecha, rojo y blanco y luego, comunista y fascista. Incluso hoy vemos el modelo de las naciones autoritarias o los líderes autócratas uniéndose de un lado con las democracias del otro lado. Y estamos presenciando esta división: el vínculo entre Corea del Norte y Rusia e Irán y, en cierta medida, también con China.

 

—¿Cree que Trump participará en el conflicto entre Israel e Irán? Y en ese caso, ¿para qué consecuencias tiene que prepararse el resto del mundo?

—El problema con Trump es que ni siquiera él sabe lo que hará porque sigue cambiando de opinión, algo desastroso para el comercio mundial, basado en la estabilidad. A Trump le encanta el caos porque siente que le da poder. Es como un niño: hay un elemento de berrinche, le encanta lanzar cosas en diferentes direcciones y ver el efecto de shock.

En cuanto a Irán, es difícil saber cuál es la verdadera situación. Trump y parte de su equipo se han convencido de que los iraníes están a pocas semanas de la creación de un arma nuclear, persuadidos por Netanyahu, que lucha por su propia supervivencia. Creen que Irán representa un peligro claro y presente. Para otros es más probable que esa posibilidad llegue en seis meses, de modo que hay tiempo para la diplomacia.

Estamos viendo el aislamiento estadounidense a un grado que nunca hemos visto. A Trump le gusta estar en el escenario mundial y se mueve en dos direcciones. Busca toda la atención centrada en él. Pero no sabe, realmente, si quiere ser una gran potencia exterior o si debería centrarse por completo en su agenda interna.

—Retrocedamos al ataque del 13 de junio. Netanyahu dijo que atacó para evitar que Irán fabricara armas nucleares. Pero, ¿sería posible que Irán lanzara una bomba atómica en Israel sin dañar también al mundo árabe?

—No, por supuesto que afectaría al resto del mundo árabe y al resto del mundo islámico. No creo que tengan una bomba nuclear lista. Pero incluso si la tuvieran, ¿cómo demonios van a lanzarla? ¿Tienen el vehículo adecuado para lanzarla contra Israel? Mi sensación es que esto podría desencadenar una escalada desastrosa en la situación mundial.

Porque, más o menos como en la Segunda Guerra Mundial, es una acumulación de diferentes conflictos que se unen más o menos al mismo tiempo, ya sea China-Taiwán, ya sea India-Pakistán, ya sea Medio Oriente, y así sucesivamente. Es impredecible y hay posibilidades de error que pueden llevar a la catástrofe. Hubo dos o tres ocasiones durante la Guerra Fría, sobre todo aquel famoso episodio Able Archer, unos ejercicios militares comandados por la OTAN en 1983, donde estuvimos muy cerca del Armageddon literal y la destrucción nuclear porque el carácter realista del simulacro llevó a los rusos a creer que la amenaza de guerra era real.

 

—¿Entiende razonable la recomendación que hizo en marzo la Comisión Europea a sus ciudadanos de armar un kit de supervivencia con víveres y elementos esenciales para resistir 72 horas por lo que pueda suceder? ¿Tiene uno en su casa?

—No, pero sigo diciéndome que debo hacer algo al respecto. Es cierto. Ya estamos en lo que se llama “la zona gris de la guerra”. Y de eso no hay duda. Estamos viendo formas de “guerra ambigua”. No solo ciberataques, también asesinatos. Vemos sabotajes en Gran Bretaña y en Europa. De hecho, principalmente, por criminales pagados por el GRU, el Departamento Central de Inteligencia ruso. Estamos viendo la flota fantasma de Putin, los petroleros y también submarinos rusos, destruyendo cables y oleoductos. Esto es literalmente el sustrato o la capa inmediatamente inferior, que siempre puede por alguna estupidez o rara imaginación, desencadenar un desarrollo adicional. Estamos en una zona muy gris y peligrosa.

—¿Cómo imagina la evolución del conflicto palestino-israelí en Gaza y en Cisjordania?

—Me temo que hemos visto cómo los israelíes, apoyados por Trump, han destruido completa y deliberadamente la solución de dos estados. No preveo de ninguna manera un estado palestino viviendo junto a un estado israelí. Netanyahu ha calculado que al forzar las cosas -porque los ataques a Irán son una extensión de la batalla con Hamás en Gaza-, se asegura que no será derribado.

Puede ser vencido democráticamente, pero habrá llevado las cosas tan lejos que incluso los israelíes más progresistas, no podrán deshacer lo que ha hecho. Esto es lo que estamos viendo. Y es una forma de dictadura. Sí, Israel es una democracia, pero es una forma de dictadura que ha asegurado que su perspectiva, la de los colonos, la de los extremistas, no podrá ser deshecha por un régimen más progresista en el futuro. Ha elegido la guerra perpetua; tal vez una guerra de bajo nivel en el futuro, en lugar de cualquier posibilidad de paz. Nunca estuvo interesado en la paz.

—Polonia se está rearmando. Hay grupos paramilitares de voluntarios entrenando en los países bálticos, temerosos de que Rusia los invada nuevamente. La guerra en Ucrania lleva más de tres años, ¿qué tan lejos o cerca está Putin de convertirse en el tipo de zar que anhela ser?

—Putin es un oportunista en el sentido de que utilizará los símbolos y la reputación de Stalin, aunque es en esencia un imperialista ruso. Solo hay que mirar el Kremlin y ver su palacio en el Mar Negro: se ve a sí mismo como el zar Vladimir. Pero es astuto y también juega del otro lado, con la Gran Guerra Patria y el sacrificio del pueblo soviético. Tiene lo que describiríamos como una “ideología de picar y mezclar".

Puede elegir y tomar lo que quiera y combinarlo. Lo alarmante es su popularidad: según el Centro Levada y otros institutos, su nivel de apoyo sigue aumentando en Rusia. Mucho dependerá del desarrollo económico, pero no vamos a ver una especie de revolución de febrero de 1917 en Rusia. Funcionan allí 24 organizaciones de seguridad diferentes porque Putin cree en dividir y gobernar. Garantizará que nadie esté en posición de desafiarlo.

 

—Usted ha reflexionado sobre el armamento utilizado en diversos conflictos. ¿Cómo impacta el uso de drones y celulares para matar en la forma en que pensamos la guerra?

—Hace varios años, anticipábamos un desarrollo aterrador en plataformas de armas no tripuladas. La sensación en ese momento era que los países democráticos estarían en desventaja porque iban a insistir en tener control humano y moral sobre las armas. Pero esto ha cambiado y me temo que se sentirán obligados a seguir a las autocracias, que están perfectamente felices de automatizar y no tener control moral sobre su defensa.

Es muy aterrador. La precisión de la guerra de drones tiene una ventaja: probablemente serán asesinados menos civiles. Pero la forma en que se mata y se destruye, particularmente a los soldados en el campo de batalla, será horrible, en términos de lesiones corporales y muerte. Además, las decisiones se toman ahora en todas partes, justo en la primera línea. Un soldado o un sargento puede lanzar su propio dron y determinar consecuencias extraordinarias en otro sitio. Se da una extraña paradoja: por un lado, un control aumentado debido al poder electrónico, digital y la inteligencia artificial, pero, al mismo tiempo, una completa fragmentación y, por lo tanto, pérdida de control.

 

—El primer ministro británico, Keir Starmer, presentó un plan para llevar la inversión en defensa gradualmente al 3% del PIB, afirmando que para disuadir al enemigo se debe estar preparado para el conflicto. ¿Coincide con eso?

—Es totalmente cierto. Pero tanto el gobierno conservador como el laborista han hablado mucho y han firmado pocos cheques. Y ese es el problema. Alemania está reaccionando rápidamente. Polonia, también. Por supuesto, cuanto más cerca estés de la frontera rusa, más rápidamente reaccionarás. Y me temo que en Gran Bretaña, y en cierta medida en Francia, y aún peor en España (que se niega a destinar el 5% del PIB como pretende la OTAN), la gente está utilizando la distancia como una excusa, diciendo: “Bueno, no tenemos que preocuparnos todavía”.

Pero, ¿cuánto tiempo tenemos? No lo sabemos. Cuanto menos gastemos ahora, mayor será el precio, como descubrimos en la Segunda Guerra Mundial. Gran Bretaña no lo hubiera pasado tan mal al inicio si hubiera comenzado a invertir en 1937, cuando se estaban desarrollando nuevos aviones.

—Lipovetsky, el filósofo francés, sostiene que hoy lo que se percibe como auténtico parece haber tomado el lugar de la ideología. ¿Dónde nos sitúa esto, considerando que muchos líderes populistas llegan al poder utilizando mentiras y fake news?

—Se puede rastrear el origen de esos cambios. Regresemos a finales de la década de 1980 y principios de la década de 1990: el colapso de la Unión Soviética y la extraordinaria coincidencia en el tiempo de la invención de Internet, el sistema bancario internacional, la globalización… Recién en 2008, con la crisis financiera, la gente comenzó a darse cuenta de que no iba a estar mejor en el futuro. El capitalismo solo podía justificarse sobre la base de que, incluso si había diferencias entre ricos y pobres, todos prosperarían.

Eso ya no es cierto. Ese es el eslabón débil dentro del capitalismo y cualquier forma de justificación ideológica. Y la gente lo ha sentido. Tras la caída de la URSS, creímos que habría un mundo unipolar, sin darnos cuenta de que podría volverse multipolar. El mundo es hoy un lugar mucho más peligroso económica, social y políticamente. Por eso muchos, especialmente los jóvenes (esto también era diferente en el pasado), prefieren un gobierno autoritario, un régimen dictatorial o de derecha. Han llegado a despreciar la democracia. Es probable que veamos más y más democracias fallando. Ojalá me equivoque.

 

—Parece preocupado.

—Estoy desesperadamente preocupado por nuestros hijos, la próxima generación y lo que tendrán que enfrentar. No solo en temas de empleo y vivienda, sino también por el mundo con el que deberán lidiar. Es aterrador darse cuenta de que en el 80º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial el derecho es la fuerza. Esa idea ha regresado: si uno puede salirse con la suya, si tiene el poder, está justificado al usarlo. Lo encuentro terrorífico y moralmente repugnante.

 

 

©Clarín, 2025. Traducción de Román García Azcárate.

Un caballero inglés fascinado por las contradicciones de Rusia

La paradoja que tironea permanentemente a los historiadores, afirma Sir Antony Beevor, es que ganan prestigio internacional investigando el pasado e ineludiblemente los medios los consultan para analizar el presente y predecir el futuro. Con todo, el autor de “Stalingrado”, bestseller global con el que ganó el Premio Samuel Johnson en 1998, se presta al juego, de buen humor, desde su casa en las afueras de Londres.

La entrevista se realiza por videollamada. Beevor, de 78 años, está en su escritorio, arropado por una biblioteca imponente, mientras la luz de la tarde se cuela por una ventana. “Me caí y me lastimé la espalda hace poco. Tengo dos fracturas en la columna”, dirá para justificar el corset verde que está obligado a usar durante la recuperación y que lo llevará, en el ping pong de respuestas breves, a escoger “sobrevivir” como desafío.

Casado con la también historiadora Artemis Cooper, con quien tiene dos hijos, ha recibido doctorados honoris causa y becas de cinco universidades. Después de la publicación de “Rusia. Revolución y Guerra Civil 1917-1921” (Crítica), alguien podría decir que la nueva investigación de Antony Beevor supone un cambio de bando. “Pero no del todo”, afirma el historiador. “Rasputín y la caída de los Romanov”, el libro que acaba de entregar, saldrá en marzo.

—¿Por qué le interesaba trabajar sobre ese personaje?

—Siempre estuve fascinado con Rasputín desde el punto de vista de “la teoría del gran hombre”, desarrollada por Thomas Carlyle: una corriente de pensamiento de gran éxito durante el siglo XIX, para la cual la historia está determinada, sobre todo, por los grandes personajes y sus biografías. Él es un ejemplo de una persona, proveniente de Siberia, que logró un poder excepcional. ¿Cómo lo hizo? No comandaba ejércitos, no tuvo cargos políticos ni nada por el estilo. Y, sin embargo, a pesar de ser monárquico y leal, adorando al zar y a la familia imperial hizo más por destruir la mayor autocracia que haya visto el mundo que cualquier otro individuo. Me interesa el aspecto histórico y, siempre, Rusia y sus contradicciones. Fyodor Tyutchev, un poeta del siglo XIX, escribió: “Rusia no se puede entender con la mente”. Y está aquello de: “¿Alguna vez entenderemos Rusia?” No sé, en verdad, si Rusia se entiende a sí misma.

Trayectoria

Discípulo de John Keegan, con quien estudió historia militar en Winchester y Sandhurst, Antony Beevor (Kensington, 1946) es una de las máximas autoridades internacionales sobre la Segunda Guerra Mundial. Conoce la vida militar por dentro: tras cinco años como oficial del ejército, cambió las armas por la literatura. Premiado por títulos como “Stalingrado”, “Berlín”, “La Guerra Civil Española”, “Día D” y “La Segunda Guerra Mundial”, fue nombrado caballero del imperio británico en 2017. Es autor de cuatro novelas y de 13 libros de no ficción, que se caracterizan por aportar documentos y fuentes primarias enriquecidas (archivos, diarios, testimonios). Traducido a 37 idiomas, ha vendido nueve millones de ejemplares.

Al toque

Un proyecto: Publicar mis diarios. No espero que interesen a un editor argentino, pero quizás diviertan o intriguen a algunas personas por aquí.

Un líder: William Slim, un general británico de la Segunda Guerra Mundial, que se preocupaba por sus soldados de un modo absolutamente infrecuente.

Una comida: pasta o cualquier comida la italiana.

Una bebida: Un buen burdeos.

Un recuerdo: Mi infancia en Italia.

Un libro: “Padres e hijos” de Iván Turguénev..

El Clima en El Soberbio